UNA REFLEXIÓN NOSTÁLGICA
Por Santos Rosales Méndez
¡Recordar es vivir!
La planeación de mi vida tiene como guía una simple revisión de la enseñanza del pasado, de la lección del presente, y pendiente de la viva proyección del futuro.
Fui un hombre vertical que desarrollaba mis propias ideas, siempre contento, con la claridad, la teoría y la práctica conjugada por mi mismo. En esta pretensión literaria encontrarán muchos errores porque sólo me bastó una pluma y el corazón en la mano, advirtiendo que no esperen un lenguaje florido ni me consideren persona de talento, lo que tengo es mucha voluntad para resumir parte de mis vivencias, por eso me atrevo a dar este paso y decirles con sinceridad que siempre ostenté una cara contenta, alegre, que parecía no conocer el dolor y la miseria.
Cada mañana fui despertado por el instinto creador de mi destino, sonriéndole a la vida con dolor, con sentimiento y con inspiración. Todo está referido al trabajo continuo, provinciano cien por ciento heredado de mis padres. La evidencia grata y efectiva que ofrezco, es la identificación sincera con mi gente, porque donde quiera que posé mis pies, por reducido que fuese el espacio que mis plantas pisaron, es posible encontrar en ese diminuto terrón el cumplimiento de todas mis esperanzas.
Desde mi corta edad siempre busqué una estabilidad emocional y me dije, de no encontrar una mujer cuya plenitud de sentido a mi vida, prefiero asumirme en la soledad, antes que dañar hipócritamente a otra persona: ¡Decidí la vida a solas!.
En cada etapa que iba pasando, era estirado por el impulso de este ánimo bienamado de la alegría y la esperanza renovada. La gente tuvo en mi la imagen de un buen hombre, pero no lo fui, porque en mi juventud me gustaron mucho las copas, aunque siempre ingerí con tranquilidad, sin ofender a nadie, digamos “bajo control”. Dice una sentencia popular “De la nada, no se deriva nada”; efectivamente, solo el que no hace nada no comete errores, y a mi nunca me gustó complicarle la vida con mis problemas a nadie. Lo que siempre pretendí fue mostrar una visión agradable de mi interior, tratar bien a mis amigos y conservarlos hasta la muerte; aprendí a perdonar todo menos y todas sus acciones, menos la traición. Con entereza soporté las críticas, y alguna vez las rechacé, pero nunca me enfrenté con los puños cerrados, sino con respeto, serenidad y perdón; yo mismo alguna vez reconocí mi apacible serenidad, y así mi vida transcurría, tenía ya larga costumbre de hallarme solitario rodeado de objetos dolorosos, algunos; agradables otros.
Tal vez algunas personas me juzgaron loco, porque fui un gran espectador de la realidad convirtiendo en inspiración cada caso, cada imagen y cada rayo de sol que me regalaba el universo en la mañana.
Sin tomar en cuenta mis fracasos, siempre tuve lograba matizarlos, me reía de mí mismo, … la agresión no me deprimía, la pasión no me sacudía, los sueño me ilusionaban, el amor lo disfrutaba. Alejado siempre del tono oportunista, mi vida fue transparente, sin recovecos ni fanfarronerías; nunca me gustó que me compararan con nadie, yo solo me juzgaba considerándome simplemente como un hombre sencillo, quizá inocente, pero nunca me dejé llevar por la vanidad, ni tampoco imaginé mi entendimiento lleno de bellezas, pero supe poner belleza en mi entendimiento, con la vena del buen humor; mi lucha siempre fue honesta sin pasar por encima de nadie, sin exigir a mis semejantes tributos de admiración.
Si de algo hubiera de ufanarme y con orgullo lo haría, es de haber luchado con todas mis fuerzas y durante toda mi vida en contra de la miseria, y de haber compartido con mis hermanos la esperanza y el tesón para proporcionarles a nuestros queridos padres una vejez tranquila; y aunque se dice que “alabanza en boca propia es un vituperio” me considero que siempre fui un hijo bueno y siempre he querido a todos mis familiares y a la gente de Villaldama. Si hubiera de señalar sólo a dos de esas personas, lo haría en los nombres de Pedro Nabor González Cárdenas y José Baraba Alonso.
Nunca me considere independiente porque tuve momentos de mucho reconocimiento con la gente, mi soledad no fue física sino conmigo mismo, tal vez me contradecía porque siempre me vi rodeado de mis mejores amigos pero me sentía solo por dentro, fue una consecuencia directa de la vida que llevaba, fue una soledad muy sentida y muy grave, porque en medio de aquella alegría daba la media vuelta y volvía a sentir la frecuente sensación del vacío. Nunca di una imagen falsa porque cuando tenemos una poquita de casta no va con nosotros. Cuando me sentía triste en mi propia casa entonaba canciones intimas, que llegaban solas, como un alivio cuando lo pedía la voz de mi alma. Ciertamente algunos momentos fueron muy difíciles, a veces emergía en mi mente la idea de poco a poco irme apartando del mundo, mi pensamiento retornaba a la realidad, y surgían las reflexiones cobrando conciencia de que era en vano el empeño, yo tenía que seguir mi destino.
Después de tanta alegría llegó el momento en que tuve que soportar los sacrificios que poco a poco iban destrozando parte de mi vitalidad, comprendí que cada persona vive una época y es necesario que en su desarrollo haga constantemente una revisión para tomar conciencia de las limitaciones que pueden sobrevenir y prevenir el no ser atacado -como en mi caso- biológicamente a los 64 años de edad en que la salud debe pagar la factura que irremediablemente mandan: el trabajo rudo, los descuidos y los excesos de juventud. Todas mis ilusiones se fueron desvaneciendo, conforme se hacia más notoria mi decadencia física conservaba más mi equilibrio emocional y me ocupaba en reflexiones sobre lo que había luchado y sufrido durante muchos años.
Al asentarme en la vejez, si Dios lo permite, le pediría un favor: de no tener los suficientes recursos para vivir dignamente mi ancianidad mejor que me recoja; después de todo, no siento ningún temor y tengo gran interés por saber que hay más allá de la muerte. Yo siempre me imaginé en una vida breve pero saludable física y mentalmente, y no en una vida prolongada y llena de lamentaciones. Pienso, francamente, encontrar la paz en la muerte, y no lo digo como burla, ni sarcasmo, sino con entusiasmo, porque mi muerte no deberá ser de duelo para mis amigos, sino de una llegada de alegría para los difuntos.