RECORDANDO UNA CARTA
Dante de la O Uresti
Nota de Ismael Vidales.- Yo conocí al maestro Manuelito -como le decíamos de cariño- acudí a su oficina en la SEP para invitarlo para que dictara una conferencia magistral con motivo del 100 aniversario de la fundación de la Escuela Normal “Ing. Miguel F. Martínez”. El maestro estaba en otra oficina, desde ahí nos trasladamos a la suya transitando por un hermoso corredor, invadido en su totalidad por la magia espiritual de Vasconcelos. El maestro estaba ciego desde hacía muchos años, unos jóvenes lo saludaron al pasar y él contestó el saludo, luego de lo cual se escuchó que uno dijo a su compañero: está cieguito y va guiando a los otros que si miran. Efectivamente, nos guiaba no sólo en el corredor, sino en la vida y la vocación del magisterio. Luego el maestro agregaría en voz baja: están más ciegos ellos, ya no leen, son nuevos funcionarios; yo cada noche le digo a mi esposa que me lea unas páginas de literatura clásica y es como si se abriera una enorme ventana por donde puedo ver muchas cosas que estos pobres muchachos ya no pueden ver, porque ¡ellos ya no leen, son nuevos funcionarios!.
Mil veces la he leído y jamás me he cansado. Quizás porque estoy convencido de que la amistad como una manifestación de afecto entre los seres humanos, es uno de los más altos valores que no solo debe existir, sino que se debe ser inculcado a las nuevas generaciones, pues al margen de las normas creadas por el hombre para una sana convivencia, el efecto, como el amor, nace en lo más profundo del alma y se torna perenne cuando es real, sincera y desinteresada.
En abril de este prometedor 2003, esta carta que ahora nos ocupa, cumplirá 50 años. Mi padre la conservó y ahora el original de la misma lo tenemos en la casa de Bustamante que recibimos por herencia de nuestros progenitores. Fue escrita el 6 de abril de 1953 y fechada en la ciudad de México. Su autor, el inolvidable maestro Manuel M. Serna, plasmó en su contenido la buena madera de los hombres de antaño, que al calor de las aulas, cuando aprendían sus primeras letras, fincaron ese vínculo de afecto que conservaron hasta su muerte. Su trascripción íntegra, reza así:
Profr. Manuel M. Serna
Aztecas 12-3
México, 2 - D. F.
México, D. F. a 6 de abril de 1953.
Sr. Luciano de la O
Domicilio conocido
Bustamante, N.L.
Compañero y amigo
La vida, por mucho que transcurra y nos disperse por distintos caminos, no logra borrar jamás las impresiones de la infancia. Como en el símil poético que aprendimos cuando niños, esta índole singular de impresiones y recuerdos se ahondan más como ocurre con el nombre que se graba en la corteza de los árboles.
Cuando te saludé en ésa el 19 de febrero último, todo el cúmulo de recuerdos volvieron a constituir minutos de aquella nuestra vida en la escuela primaria. Cuando abracé al buen amigo Andrés Cárdenas, también se corrió el velo del tiempo para retornar a las aulas donde la maestra Josefina Sánchez, el Profr. D. Federico Pérez, la maestra Sepúlveda y muchos otros, modelaban en la arcilla de la existencia lo que ahora constituye la esencia de nuestros propios destinos.
Hubiera deseado charlar mucho con ustedes, no solo para enhebrar el “te acuerdas”. . . que nos llevaría por sitios comunes - inolvidables calles del recuerdo en la topografía de nuestros días mejores, por parajes tantas veces hollados, sino también para retrotraer aquellas horas a las actuales, y soñar un poco “por que no”, en los días que nos quedan.
Te escribo la presente con mis mejores votos por tu felicidad y la de los tuyos, con mis deseos más cordiales de que me escribas y de que saludes, en mi nombre, a todos los amigos de ayer, de hoy y de siempre.
Te abraza tu compañero
Manuel M. Serna
NOTA FINAL. Al margen de que esta misiva fue dirigida a mi padre, quisimos hacer mención de ella en este espacio que nos brinda el buen amigo Vidales, porque su contenido seduce el sentimiento e invita a la reflexión, pero sobre todo, revela el humanismo y la sinceridad de un hombre que tanto aportó a la educación en México y que lo recordamos por siempre: Manuel M. Serna.