LA TIA AMALIA: UNA MÁQUINA DE COSER
Por Guillermo Flores García
La máquina quedó estática, inmóvil, incrédula, acostumbrada todo el tiempo a estar en movimiento, dando vueltas su banda, girando sus pedales, incontables carretes de hilo pasaron por ella, se escuchaba un ruido continuo, agradable, contagioso, en ocasiones adormecía, podía ser en la mañana, en la tarde o en la noche, dependía de la urgencia del trabajo, el vestido lo quiero para el lunes, o para la otra semana, se oía que decían, me arreglas este pantalón, la camisa me queda grande de las mangas me le quitas un poco insistíamos, incansable, dispuesta siempre a dar forma a la materia, corrieron por ella pedazos y pedazos de tela, de todos colores, de diferentes gustos, de distintas direcciones, casi siempre gente del pueblo, de todas edades, personas conocidas, de confianza, en ocasiones recomendadas, principalmente de la familia, casi todas quedaron contentas, al menos nunca hubo quejas.
Fueron muchos años de trabajo, no era desgastante en sí mismo pues se hacía lo que era agradable hacer, había nacido para eso, quizá una actividad no muy conocida para muchos pero, siempre hecha con amor, pues su intención era servir, dar gusto, complacer, nunca fue por lucrar, más bien por ser útil. La tía Amalia por naturaleza y por virtud fue una persona profundamente sencilla, siempre modesta para vestir, jamás ostentosa, su alegría se reflejaba cuando nos veía contentos, reunidos o conviviendo.
Sus mejores momentos fueron los que pasó al lado de sus hermanos, quienes con frecuencia la visitaban y la veían también con mucho cariño, de lo que después ella platicaba llena de satisfacción.
Desde que ella murió la máquina sigue en su lugar, nadie la ha vuelto a usar, permanece en el mismo sitio que la dejó. Recuerdo la última vez que fue enhebrada su aguja, yo estuve presente, me pedía ayuda, la verdad veía mejor que yo, a sus 96 años todavía ponía el hilo en el ojo de la aguja, desde entonces ya no ha vuelto a usarse, quizá inconscientemente espera su regreso, una vana ilusión, es difícil decir adiós, para los que se quieren no existen las despedidas, tantos años juntas, se conocían tan bien, en todo estaban de acuerdo, las cosas se parecen a sus dueños, silenciosamente se ha ido, todo quedó serenamente en su lugar, así se proyectó en todo momento, con una gran tranquilidad, su fortaleza fue a toda prueba.
Se marchó obedeciendo un llamado superior, sin quejarse, sin oponerse, con una interna obediencia, como es la vida así también es la muerte, tan sólo unos días de despedida, tan sólo tres permaneció en el hospital, y después el comienzo de la verdadera vida, la que no terminará.
Dos días antes de su muerte, cuando me despedí de ella tan solo levantó su brazo derecho, estaba ya muy débil. ¡ Cómo no recordarla! Siempre lavando, planchando, tejiendo, haciendo la comida, no estaba acostumbrada al descanso, en todo momento haciendo algo, no supo de viajes, de vacaciones, sus distracciones eran saludar a las amigas, visitar a la familia, amó y respetó mucho a sus hermanos, a sus hermanas las apoyó en todo lo que necesitaban, su casa fue un templo y el templo fue su casa le estamos muy agradecidos.
Hacía dos años le habían colocado un marcapasos, su corazón estaba debilitado por el paso de los años, conservó la calma, la tranquilidad, será lo que Dios quiera decía, y salió del hospital caminando, llena de alegría porque le daban más tiempo de vida, sabía que era un regalo por eso estaba plenamente entregada a utilizar bien el don de la existencia que le seguían concediendo.
Tendría unos doce años cuando perdió a su madre y eso la llevó a preocuparse más por sus hermanas y hermanos. Fue mamá para ellos, también para nosotros sus sobrinos y sobrinas. De todos se preocupaba, sus palabras eran siempre cariñosas, no había en ella doblez, conversaba poco, comentaba lo que era necesario, lo demás salía sobrando. Es fácil decir noventa y seis años pero, es difícil vivirlos siendo prácticamente cabeza de familia. Siempre fue solidaria con todos, su presencia era agradable, nunca se le veía enojada, seria en ocasiones por los problemas comunes, preocupada ante las adversidades, con una fe inquebrantable, su mirada iba hacia adelante, nunca había reproches, para todo mundo había una sonrisa, un saludo, con una disposición a colaborar, principalmente en el templo.
Nunca le molestó ser pobre, estuvo conforme con sus carencias, con sus necesidades, le gustaba su trabajo, había nacido para la costura, todavía algunos días antes de su muerte estuvo muy activa en la máquina de coser, sin imaginarse que sería la última vez, quedaron varias costuras pendientes.
Practicó la pobreza del evangelio, nada poseyó en su vida, se fue sin tener algún bien material. Recordaba y apreciaba a todos los sacerdotes que habían estado sirviendo en el pueblo. Cuando alguien le preguntaba por su edad, decía: “Como son tantos ya ni me acuerdo, además ya ni sé donde quedó el acta de nacimiento”
Así fue la tía Amalia, la mujer fuerte, que tejía e hilaba, que supo conservar una sabiduría de la vida, que fue feliz y nos ayudó a ser felices, su ejemplo y su recuerdo seguirán siempre presentes.