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CARTA PARA MI HERMANO MANUEL

CARTA PARA MI HERMANO MANUEL


Por Ismael Vidales Delgado

Pocas veces me detengo a ver el mundo, pero esta vez no me quedó más remedio que reconocerme como habitante de él. Este mundo tiene tantas cosas que no me gusta ver, tal vez a causa de mi genio de navegante solitario, y sin embargo, ahí están enfrente de mi, cosas como la vida y el destino de los amigos.
No me gusta el mar, y sin embargo admiro al marinero antiguo, el que se lanzaba a lo desconocido y desafiando todo género de peligros, domeñaba el insondable abismo de sus profundidades y le arrancaba la fortuna y la fama, ganando a pulso el título de “hombre”.
Viene este preámbulo a propósito de ti, amigo Manuel Alí Jezzini Villarreal, porque ahora te has lanzado con todo a refrendar tu fama de hombre, en ese mar insondable del destino. Ahí vas en tu nave, como legendario conquistador, metido en una piel que te queda chica y con un corazón que te rebasa el pecho.
Ciertamente tus carnes ya no tienen la fuerza del muchacho que conocí en Villaldama montado en un brioso caballo de bondad y metido en un ropaje que desbordaba humor bueno, ¡buena vibra!. Hoy estás medido por una cama, con la factura que el destino te metió en la bolsa y como hombre, la llevas con gallardía y entereza para pagarla, cuando haya que pagarla, faltaba más, ¡está firmada por un hombre!.
Como dije, no me gusta mirar el mundo, prefiero encerrarme en el mundo que construí para mí, no el de los otros, el de todos. ¿Y, por qué no me gusta mirar el mundo? Pues sucede que una mañana, al salir a la calle, confirmé qué el mundo estaba oscuro, lleno de polvo y de sombras, me dio miedo, limpié mis anteojos pensando que era cosa mía, me los volví a poner y efectivamente, el mundo estaba oscuro, triste, como si fuera un fantasma: estabas frente a mi, Manuel, amigo-hermano-amigo, y no me gustó mirarte, por eso no me gusta mirar el mundo, porque este mundo es feo, oscuro y lleno de tinieblas, maltrata a mis amigos.
Dicen los cosmonautas que desde arriba se ve el mundo como una gran fiesta de colores, predomina el azul, el verde y el blanco, pero no hay tonalidad ausente, desde arriba, todo se mira de colores; por eso me gustaría salirme de aquí, elevarme y desde allá mirar a mis amigos felices, metidos en una fiesta donde la oscuridad y las tinieblas no existan. Una noche me fui a otro planeta, conocí otra gente y tomé mis notas: puedo asegurarte que no miento, entre mis observaciones puede constatar que la amistad es allá un valor fundamental, no hay traiciones, ni querellas, ni infamias, ni nada que dañe el cuerpo, ni la mente. Me gustaría vivir allá, con mis amigos, con la gente buena, ¡vaya! con mi amigo Manuel, con Pedro, Chito, Memo, Dante, Paco …
No me tomes muy en serio, pero tampoco me juzgues loco, lo que pasa es que tengo algunas arraigadas costumbres que me ganan: amar y creer, son dos de ellas. Amo en el sentido más amplio de la palabra y creo en Dios. Amo la amistad, me levanto temprano para gozar de ella más tiempo, sólo por eso quisiera vivir un poco más, no mucho, porque tampoco es bueno desafiar al destino, sólo el tiempo suficiente que me permita aprender de mis amigos, de tí … después, me echaré todo ese aprendizaje a cuestas, y descalzo emprenderé una larga caminata por una playa en la que las olas golpearán mis pies, y la brisa llenará mi cara de una humedad especial que al contacto con el aire, me hará sentir que nunca moriré del todo, porque mis alforjas irán llenas de esas arraigadas costumbres que tengo: amar y creer.
Mi querido Manuel, recibe estas palabras, como testimonio y refrendo de nuestra amistad. ¡Que Dios te bendiga!
Te abraza con hombría de bien, tu hermano-amigo-hermano.